Hola, soy una silla de ruedas y vivo en Tagore desde que abrió sus puertas en 2009…
Yo
que he recorrido mucho mundo, sé que la vida en una residencia no es fácil. Todos
y cada uno de los residentes que conozco viven esperando. Esperando a que
vengan a verles, esperando al fin de semana para salir con su familia,
esperando a las vacaciones para que vengan los nietos, esperando a que suene el
teléfono para hablar con sus hijos, esperando, esperando… y gestionar la espera
no es fácil.
Cuando
uno lo ve desde fuera, no puede imaginar lo importante que son las visitas para
los residentes. A medida que pasa el tiempo sin que nadie les vea sus rostros
se vuelven más inexpresivos y sus ojos se pierden más en la distancia.
-Si, contestó la auxiliar. Dos niñas.
Cuando la semana pasada Bernardo se despidió
de su hija con un gran abrazo y un sonoro beso, éste se dirigió al comedor de
la residencia con una gran sonrisa. Fue entonces cuando una de las residentes,
Juana, se le acercó y mirándole con una
profunda pena, le dijo:
-Dichoso tú que te quieren. A mi hace meses
que ninguno de mis hijos viene a verme.
Bernardo sonrió y le contestó:
-Cierto, mis hijos me quieren mucho y vienen
a verme casi cada tarde. Seguro que tus hijos también te quieren pero no
tendrán tiempo de venir…ya sabes, tendrán que trabajar y cuidar de sus familias.
-Seguramente sea eso, el trabajo, los niños…
Y con paso lento y la mirada perdida Juana
buscó la compañía de una de las auxiliares para ir al comedor. Yo iba también por el
pasillo llevando a Tomas y cuando llegué a su altura, escuché como Juana le
preguntaba a la auxiliar que le acompañaba:
-¿Tienes hijos?
-¿Y las ves?
-Claro Juana, las veo todos los días. Son
pequeñas y aun viven conmigo.
-Dichosa tú que te quieren. A mi hace meses
que ninguno de mis hijos viene a verme…
-La auxiliar acarició con ternura la blanca
cabeza de Juana y en voz bajita le dijo: Seguro que tus hijos también te
quieren pero no tendrán tiempo de venir…ya sabes, tendrán que trabajar y cuidar
de sus familias.
Seguramente sea eso, el trabajo, los niños…Y
con paso lento y la mirada perdida Juana
y la auxiliar siguieron caminando hacia el comedor.
Creo
que a veces nos falta cierta sensibilidad con las personas que tenemos internas.
Es cierto que a los familiares en muchas ocasiones les falta tiempo hasta para
respirar, pero es que a los residentes lo que les sobra es tiempo. Tiempo para
esperar… No quiero con esto hacer sentir mal a nadie, sólo soy una destarlada
silla de ruedas, pero os puedo asegurar
que cuando llegan las horas de las visitas, las miradas de todos los residentes
se clavan en la puerta de entrada…para ver si hoy si, vienen a verles.
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